Tras el Ventanal

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En una ofensa directa a lo establecido, pretendo no ser parte del muro. Me desafío a avanzar junto con la arremetida, buscando entre oscuros troncos torcidos el método más rápido para olvidar el hedor de un peso marchito, perder el control y ser partícipe de la agresión. Toda ira es permitida con tal de consagrar el valor de un cimiento diferente. Una promesa que permite dilucidar con ojos diferentes, el filo tras la empuñadura al decidir arrancarlo todo.

La duda surge en la medida en que sustraigo los trozos de mi rostro trizado, sintiendo el latido del piso tangente al murmullo de un destino incierto.

De manera inconsciente, caigo en el brillo de ojos inocentes, tratando de descifrar su misterio, a la vez que juego en esta cruel danza de llamas, a la espera del hálito libertador y del calor vehemente de una mente en fantasías.

Por el sendero, una delgada línea me separa de esa elevada luz centelleante que revela las imágenes que acompañan mi sueño, en espera de que no menciones mi nombre ahora, sino por la mañana, al momento de despedirnos; de que no menciones los focos pardos que caminan por la noche, sino que seamos parte de los astros. Ver, por unos instantes, un paraíso sobre la tierra, escenario de la unión de dos flamas incandescentes.

Bajo la tutela de las alas de un ave silente, los granos del tiempo caen buscando, de manera errática, convertirse en el reverso de una moneda de cobre, trepar en el vacío y cruzar el camino de agua en un descalzo andar, para que, al momento de callar los pasos, confesar que todo espacio es nuestro.