Brazos de madera se alzan a través del cristal en el momento en que no hay más compañía que el suave sonido de aquel desafinado piano. Detrás de esa apacible imagen, bajo la luz grisácea, se proclama la libido animal, se concretan los deseos incandescentes y revolotean las fantasías más siniestras. La esclavitud bajo el yugo del mundo sensible se ve sustentada por la incondicional adicción al placer. Se articula así la caída libre hacia el mundo donde, sobre camas de espinas, te alimentas de carbón y respiras ceniza.
Insectos baten sus alas sobre resecos cabellos, la tierra se mueve en baile errático, las manos se destrozan en cortes sagitales para reafirmar el gobierno de sí mismo por sobre un demonio abstracto... No hay clara diferencia entre el uno y el otro.


