El viaje ha sido largo. La montaña se alza aún más imponente de lo que había trazado mi imaginación... los relatos se han quedado cortos. Tras matices fugaces de un cielo ardiendo, la sombra espeluznante del gran árbol previene a los pasos del viajero incauto con su tronco trizado y ramas cubiertas de ceniza. El carbón se respira en este sendero lúgubre; el aire se hace escaso y el metal me sofoca.
Tras largos días, finalmente la entrada a la gran caverna se revela a mis sentidos. Un viento gélido recorre de extremo a extremo una ya encorvada columna, vestigio en carne del agotador viaje. En lenta marcha, paso a paso, el empedrado castiga mis piernas; alzo la vista sólo para divisar cómo, con brazos extendidos, me dan la bienvenida pútridos cadáveres cubiertos de armaduras carcomidas por el óxido. A mis adentros cuestiono la utilidad real que puedan ofrecer las cotas de malla, los cobertizos de cuero o cualquier tipo de arsenal.
Ya no son solo restos humanos, sino las osamentas de enormes fauces incineradas y desgarradas por fieros colmillos las que deben triturar mis pies para lograr avanzar. Mi corazón late cada vez más fuerte - tan fuerte como nunca antes lo ha hecho - mientras el sudor frío hace que mis temblorosos dedos resbalen por los escarpados muros, cuyas coyunturas bajo la tenue luz semejan rostros agonizantes.
¿En qué momento el simple escudero logra el privilegio de llevar tal flamante armadura y verse preparado para ser asesino de dragones? Los años de adiestramiento se vuelven nada bajo este hedor sofocante.
Ya en lo profundo, las murallas se tornan color crepúsculo, el suelo tiembla, el aire se incinera, y ese par de enormes ojos hirvientes en sangre se levantan sólo para encontrarse con los míos fijamente. Es en este momento, en el cual estamos sólo yo y esa descomunal criatura - tan disímil a mis peores pesadillas -, que comprendo al fin el enfado de mi padre y su deseo incansable de que no siguiese sus pasos, aun en su lecho de muerte. A fin de cuentas, aquel gran héroe que inspiró grandes relatos y las más alegres canciones no actuaba en busca de gloria, placer o títulos nobiliarios, sino que simplemente se encargaba del trabajo que nadie más se atrevía a hacer en una comunidad de charlatanes y cobardes.
Cierro los ojos... busco el favor de Dios... no hay más dudas... no hay nada más que perder... la incógnita es si el filo de mi fiel espada será capaz de atravesar el acero.


