Bajo el amparo de doradas y extendidas alas extravagantes, el cielo se dibuja ínfimo a los pies de carne mortal.
Al fin, con una perspectiva diferente a través de la retina de un alma libre de cadenas, es posible describir el color purpúreo del resplandor que azota los cimientos de granito de la representación en piedra del soldado, quien reconoce a su propio rostro como a un extraño bajo el escudo que se desmorona poco a poco, a pesar de sus brazos subterráneos.
Tras un pálido velo de temor, aunque no se apetezca, las cosas tal cual las conocemos están cambiando.


