Triángulo

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He dirigido los ojos en incontables oportunidades a los cielos, en busca, quizás, de algún tipo de orientación o consuelo; en busca de emplearlos como lienzo de un sinfín de sueños volátiles; en busca de encontrar un regazo protector, símil al vientre materno, para conjugar pensamientos con memorias de marco exiguo.

La luna, con su luz deslustrada, me recuerda la última vez que bebí de tus labios. Esa mirada cómplice e inocente eclipsaba mis temores, y cabellos negros vistieron tu rostro de tonalidades únicas, mientras el golpe de las olas fue inaudible por no tener los pies sobre la tierra.

Al final de cada viaje onírico, la realidad arremete como una cascada de piedras, dando espacio a la violenta revelación de que el aroma de tus hombros ya es solo una memoria lejana.

Ella me pregunta por qué lentamente me volví la pálida imagen de mí mismo, y con vergüenza no sé qué responder. A veces edifiqué planes para salir de esta prisión; a veces especulé las palabras adecuadas de una plegaria que me brindara un poco de redención y así hacerme las cosas más simples.

Me hiciste creer en la mentira de que no hay perdón piadoso fuera de tus brazos, de que eres el ángel que da propósito a mis latidos y escucha mi respiración solo para saber lo que estoy pensando. Pero, aunque ahora te disfraces de cielo, no pediré volver a caer en el juego sin sentido del cual gustas tanto.

Busca nuevas maneras de divertirte... Por mi parte, disfruto de la pétrea frialdad que solo la soledad puede brindar, y veo luces en muros que no existen.