Acompañando el ritmo de cuerdas vetustas, el cántico de voces embriagadas por el sabor de la carne clama su nombre. El corazón dentro de la roca vuelve a latir; el áspero cuero reseco se libera de su pétrea prisión, al tiempo que se levantan los párpados de ojos sanguinolentos, decorados por una mirada llena de orgullo y un éxtasis difícil de describir.
Abrazados por la niebla gélida, los espectros claman un agónico respiro antes de caer en las fauces pútridas del demonio que se alza hambriento, luego del milenario letargo, atentando contra la naturaleza de lo más sagrado e impidiendo que las almas retornen a su esencia primigenia.
Las madres lloran los cuerpos de sus hijos; los hombres, atónitos, pierden el horizonte, presas del pánico; el hedor a cadáver se eleva como una sutil invitación a vaciar las entrañas. Desde los animales más pequeños hasta las bestias más descomunales dejan tras de sí este desierto de hielo, apelando a su instinto de supervivencia. Vi los cielos oscurecer y derramar lágrimas; fui testigo de aquello y mucho más.
Al fin del día, no pude esconder mi sonrisa… al fin tuve paz.
Odín huye, teme y se esconde. Siempre dije que era un buen nombre para un perro.


