Una dulce melodía —tan simple, tan sencilla y tan única— se transfigura en medio de la soledad como la mejor máquina del tiempo, transportando a un cuerpo abatido por las deshoras a pasadas tierras cálidas, y a otras que no lo son tanto.
Es en este cruce de momentos, este lugar entre sitios, este paréntesis del avance del reloj de arena, que, con un dejo de fría crueldad, voy eliminando recuerdos y obras con sentimientos reales, como parte de purificar el camino que se erige por delante, pasando por alto un luto que no es tal y dejando de sentirme perverso sin motivo.
El cariño pueril se va con el viento; las palabras ahora no son más que eso, y las hojas son solo hojas. Si algo no es lógico, no tengo motivos para pedir perdón.
El sonido del avanzar del tren de las 4:30 se mezcla con el recuerdo del romper de las olas. Ya es la hora. Una por una, las hojas de un árbol caen para dar la bienvenida al otoño; este se desnuda por completo solo para vestirse con bellos colores y recibir al sol.
Tengo mi calzado de gastadas suelas cubierto de barro por tanto caminar, y aún ni siquiera he llegado a la mitad del camino; pero, al menos, me permito ver que los matices del cambio de estación son hermosos.
Es tiempo de permitir a mis pulmones respirar, a mi sangre fluir, a mis músculos y órganos moverse y actuar como es debido, a mi corazón latir más fuerte que nunca a un ritmo diseñado para estar en armonía con tu nombre.
Es tiempo de dejarme llevar un poco, dejar que el amor nos diga qué debemos hacer... y no olvidar que, a veces, necesito un litro de buen café para volver a escribir.

Paradójicamente, la soledad destaca la compañía de gritos, gruñidos y murmullos de voces que rozan lo extraño; voces que hablan de restos abatidos al fondo de abismos filosos, de cráneos aplastados por el peso de sus actos, de círculos de dolor perpetuo y de prisiones carentes tanto de muros como de esperanzas de escapar. Voces que no se desvanecen al cerrar los ojos.
Mis oídos me traicionan, guiándolas hacia mí cada noche. Algunas veces son piadosas y articulan palabras ocultas en mensajes ininteligibles, otras, solo susurran sin más propósito que mantenerme despierto.
Ahora apareces tú. Te busco entre oscuras arboledas de tonos índigo. Jugando, te escondes entre la niebla. Puedo sentir tu aroma, y sin darte cuenta, me guías a buscar mi reflejo en tus ojos.
En la oscura compañía del mapa celeste, la tinta fluye, perpetua y palpitante, tiñendo de sangre las páginas del libro que solo ambos podemos leer. Como un acontecimiento extraordinario, las voces deciden partir, revelando miles de deseos íntimos y profetizando que ha muerto mi última noche sin compañía.




