Castillo de Naipes

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A estas altas horas, todo se ve muy oscuro. La gélida luz que entra por el ventanal me acoge bajo un marco de sombras, mientras descubro que una solitaria lágrima se confunde con el sudor frío a la altura de mi mejilla.

Las campanadas de una procesión fúnebre se acercan, haciendo compañía a una interminable hilera de tenues llamas azules que se mezclan con la niebla. Poco a poco, me veo a mí mismo como partícipe de este festejo decadente, cubierto por un manto púrpura y tratando de comprender el sentido de los epitafios.

Imágenes difusas colapsan en mi frente, generando un desfile interminable de colores. Es esa voz infantil la que se ríe de las ilusiones que ayudaste a crear. Poco a poco edificaste mi querer como un castillo de naipes, pero, de un soplo, lo destruyes. Con tu pasión quemas las cartas, manchas mi orgullo y me obligas a odiarte.

Primera Noche

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Tambores golpean rítmicamente mis tímpanos; cuerdas corroídas desmenuzan cuerpos abatidos y se sacian con su sangre, mientras dedos se deslizan, flotando, sobre un lago sanguinolento. Es una manera diferente y perversa de interpretar una danza.

No tienes que imaginarlo, sólo míralo... se encuentra frente a ti la hermosa dama vestida de noche sin estrellas, que te observa con su seductora sonrisa, en espera de que abras la boca para alimentarse de ti y así mantener la belleza y frialdad de su tez de luna.

El canto agonizante de niños petrifica el corazón y congela tu espalda, pero se vuelve nada cuando el fuego iracundo quema tus entrañas y eres victimario frente a mentes inocentes, desorientado por un poder superior. Terminas siendo otro mártir que limpia el camino de basura hasta llegar a un objetivo concreto.

El cielo está llorando... las lágrimas caen con el peso de tus culpas.