En un camino sin rumbo, perdido
en fantasías y estimulado por el ruido ajeno, el carruaje grisáceo que yo mismo
he decorado cruza, de manera desbocada, delante de mis luces alienadas del
mundo tangible. Silbidos en mis oídos reflejan al viento opositor que atrae las
lágrimas que con tantas ansias he esperado, para regocijarme en su velo y
buscar mi sombra indefinida.
Una flor de blancos pétalos se
cruza en mi sendero para dilucidar conflictos. Demuestra, por sí misma, que
hasta la más simple porción de la creación perfecta se aferra, en su
fragilidad, a la vida: abre el ventanal y permite la entrada de la luz de lo evidente.
Poseer ojos ciegos a la belleza del don preciado de lo simple y natural convierte en un iluso la búsqueda de la comprensión de la complejidad del hombre.


