La imagen del cristal me habló nuevamente. No como antes. Nunca había sido tan cruda ni tan directa. Desnudó las páginas de un libro escrito en un lenguaje mágico, prácticamente incomprensible, volviéndose la luz asesina de sombras indelebles que disfrazan un cuerpo putrefacto, como mallas negras a una muñeca de pálida porcelana.
Ser fiel a los dictámenes de una bomba cardíaca atrófica, asumir su conducta y comprometerse con ella no se caracteriza por ser una meta exenta de complicaciones, más aún si ese corazón figurativo se muestra tan vacío que se mimetiza con la nada.
Al igual que una mariposa nocturna, salir de la crisálida para acariciar los favores de la noche es la génesis de un nuevo y potente mito: la alegoría de una coraza plateada y el compromiso ante un arca de salvación. Todo mientras disfruto la tonada de una banda de jazz fusión que toca al aire libre sobre pétreos pastelones perennes, aún húmedos por la lluvia del día anterior.



