Metamorfosis

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La imagen del cristal me habló nuevamente. No como antes. Nunca había sido tan cruda ni tan directa. Desnudó las páginas de un libro escrito en un lenguaje mágico, prácticamente incomprensible, volviéndose la luz asesina de sombras indelebles que disfrazan un cuerpo putrefacto, como mallas negras a una muñeca de pálida porcelana.

Ser fiel a los dictámenes de una bomba cardíaca atrófica, asumir su conducta y comprometerse con ella no se caracteriza por ser una meta exenta de complicaciones, más aún si ese corazón figurativo se muestra tan vacío que se mimetiza con la nada.

Al igual que una mariposa nocturna, salir de la crisálida para acariciar los favores de la noche es la génesis de un nuevo y potente mito: la alegoría de una coraza plateada y el compromiso ante un arca de salvación. Todo mientras disfruto la tonada de una banda de jazz fusión que toca al aire libre sobre pétreos pastelones perennes, aún húmedos por la lluvia del día anterior.






Arco Vikingo

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Tengo fallas en mi memoria. Las palabras ya no nacen con la facilidad ni la seguridad acostumbradas. Comprendo que es solo el remanente de un golpe que ha perpetuado un daño más profundo que el tinte oscuro en la piel o las pequeñas lagunas sanguinolentas en la nieve. Es un daño a nivel espiritual que fractura el movimiento alternado —y, a veces, coordinado— entre acciones y emociones.

Cuestiono si deseo participar en esta cruel lid. La magia y los rituales ancestrales ahora no sirven más que para justificar algo que cada vez tiene menos sentido.

¿Será acaso que me estoy rindiendo? ¿Llegó, finalmente, el momento en el que no puedo dar más batalla?... Deseo proseguir la marcha con los brazos en alto, por mi mujer, por mis hijos, por la tierra de mis padres, que a su vez la heredaron de los suyos. Es por este norte que me vuelvo más fuerte que los grandes robles.