Paradójicamente, la soledad destaca la compañía de gritos, gruñidos y murmullos de voces que rozan lo extraño; voces que hablan de restos abatidos al fondo de abismos filosos, de cráneos aplastados por el peso de sus actos, de círculos de dolor perpetuo y de prisiones carentes tanto de muros como de esperanzas de escapar. Voces que no se desvanecen al cerrar los ojos.
Mis oídos me traicionan, guiándolas hacia mí cada noche. Algunas veces son piadosas y articulan palabras ocultas en mensajes ininteligibles, otras, solo susurran sin más propósito que mantenerme despierto.
Ahora apareces tú. Te busco entre oscuras arboledas de tonos índigo. Jugando, te escondes entre la niebla. Puedo sentir tu aroma, y sin darte cuenta, me guías a buscar mi reflejo en tus ojos.
En la oscura compañía del mapa celeste, la tinta fluye, perpetua y palpitante, tiñendo de sangre las páginas del libro que solo ambos podemos leer. Como un acontecimiento extraordinario, las voces deciden partir, revelando miles de deseos íntimos y profetizando que ha muerto mi última noche sin compañía.




