Proyección

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Paradójicamente, la soledad destaca la compañía de gritos, gruñidos y murmullos de voces que rozan lo extraño; voces que hablan de restos abatidos al fondo de abismos filosos, de cráneos aplastados por el peso de sus actos, de círculos de dolor perpetuo y de prisiones carentes tanto de muros como de esperanzas de escapar. Voces que no se desvanecen al cerrar los ojos.

Mis oídos me traicionan, guiándolas hacia mí cada noche. Algunas veces son piadosas y articulan palabras ocultas en mensajes ininteligibles, otras, solo susurran sin más propósito que mantenerme despierto.

Ahora apareces tú. Te busco entre oscuras arboledas de tonos índigo. Jugando, te escondes entre la niebla. Puedo sentir tu aroma, y sin darte cuenta, me guías a buscar mi reflejo en tus ojos.

En la oscura compañía del mapa celeste, la tinta fluye, perpetua y palpitante, tiñendo de sangre las páginas del libro que solo ambos podemos leer. Como un acontecimiento extraordinario, las voces deciden partir, revelando miles de deseos íntimos y profetizando que ha muerto mi última noche sin compañía.


07:30

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7:30 de la mañana: un fragmento en el tiempo carente de significado trascendente, pero que ganó valor cuando, voluntariamente, se volvió la cuna del diálogo que sostuve con el Sol una vez decidió acercarse a mi ventana.

Cuando el particular semblante del Astro Rey se depositó sobre la superficie de mi guitarra, maquillando su piel con colores únicos que emularon un crepúsculo infinito y perfecto, me habló del ocaso del velo sombrío del cual nuevamente me he vuelto dueño, y preparó las condiciones ideales para un apretado y dulce sonido vintage, mientras escoltaba mis ojos cerrados que gozaban del sabor del café con crema.

Ritual

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Acompañando el ritmo de cuerdas vetustas, el cántico de voces embriagadas por el sabor de la carne clama su nombre. El corazón dentro de la roca vuelve a latir; el áspero cuero reseco se libera de su pétrea prisión, al tiempo que se levantan los párpados de ojos sanguinolentos, decorados por una mirada llena de orgullo y un éxtasis difícil de describir.

Abrazados por la niebla gélida, los espectros claman un agónico respiro antes de caer en las fauces pútridas del demonio que se alza hambriento, luego del milenario letargo, atentando contra la naturaleza de lo más sagrado e impidiendo que las almas retornen a su esencia primigenia.

Las madres lloran los cuerpos de sus hijos; los hombres, atónitos, pierden el horizonte, presas del pánico; el hedor a cadáver se eleva como una sutil invitación a vaciar las entrañas. Desde los animales más pequeños hasta las bestias más descomunales dejan tras de sí este desierto de hielo, apelando a su instinto de supervivencia. Vi los cielos oscurecer y derramar lágrimas; fui testigo de aquello y mucho más.

Al fin del día, no pude esconder mi sonrisa… al fin tuve paz.

Odín huye, teme y se esconde. Siempre dije que era un buen nombre para un perro.