Cuatro rostros mellizos disimulan
calcular mi valía con una sonrisa en sus ojos marchitos.
Cuatro rostros violáceos ocultan hábitos, sueños, deseos y frustraciones tras
heridas abiertas.
Cuatro rostros cadavéricos exudan ambición insana desde pómulos postrados.
Cuatro rostros de animales inhalan un vaho inmortal con semblante acogedor.
El blindaje en las raíces se desfigura y cae, en intenso dolor, para dar espacio a amaneceres de colores nunca antes vistos. Un nuevo inicio luego de investir a esta envejecida anatomía con un yelmo que madura con el paso de las lunas.
Mis sentidos se embriagan con las imágenes de un perfil ya ajeno, atormentado por los relatos que nunca serán contados y consciente de que cambiar las velas no es sinónimo de ver las cosas desde una perspectiva diferente.
Mi ente te confirió valor; pues es ahora él quien te lo arrebata, deseándote suerte en el letargo obtuso de ser otra sombra gris en donde los puntos blancos y negros escasean.
Reprimir excesos + ahogar pulsiones = procesos fútiles bajo la mediocridad de la autocomplacencia.
Se vuelve necesario caer descalzo para entender qué es sentirse caminante.
Cráneo y vísceras, al fin armonizan.

La imagen del cristal me habló nuevamente. No como antes. Nunca había sido tan cruda ni tan directa. Desnudó las páginas de un libro escrito en un lenguaje mágico, prácticamente incomprensible, volviéndose la luz asesina de sombras indelebles que disfrazan un cuerpo putrefacto, como mallas negras a una muñeca de pálida porcelana.
Ser fiel a los dictámenes de una bomba cardíaca atrófica, asumir su conducta y comprometerse con ella no se caracteriza por ser una meta exenta de complicaciones, más aún si ese corazón figurativo se muestra tan vacío que se mimetiza con la nada.
Al igual que una mariposa nocturna, salir de la crisálida para acariciar los favores de la noche es la génesis de un nuevo y potente mito: la alegoría de una coraza plateada y el compromiso ante un arca de salvación. Todo mientras disfruto la tonada de una banda de jazz fusión que toca al aire libre sobre pétreos pastelones perennes, aún húmedos por la lluvia del día anterior.
Tengo fallas en mi memoria. Las palabras ya no nacen con la facilidad ni la seguridad acostumbradas. Comprendo que es solo el remanente de un golpe que ha perpetuado un daño más profundo que el tinte oscuro en la piel o las pequeñas lagunas sanguinolentas en la nieve. Es un daño a nivel espiritual que fractura el movimiento alternado —y, a veces, coordinado— entre acciones y emociones.
Cuestiono si deseo participar en esta cruel lid. La magia y los rituales ancestrales ahora no sirven más que para justificar algo que cada vez tiene menos sentido.
¿Será acaso que me estoy rindiendo? ¿Llegó, finalmente, el momento en el que no puedo dar más batalla?... Deseo proseguir la marcha con los brazos en alto, por mi mujer, por mis hijos, por la tierra de mis padres, que a su vez la heredaron de los suyos. Es por este norte que me vuelvo más fuerte que los grandes robles.

El sol aparenta cumplir con la rutina que frecuenta día a día; una caminata como tantas otras que parecieron morir con la salida de un satélite diminuto, solo para propiciar el inicio de un nuevo ciclo.
El anaranjado crepúsculo da paso al nacimiento de siluetas oscuras, que se extienden hasta los pies que recorren una mezcla de tierra y asfalto por senderos familiares en un mundo lleno de pilas de huesos y manos corrompidas.
Por un momento estoy en medio del camino de enormes monstruos metálicos, cubierto por la sombra de gigantes de piedra. De improviso cae la noche; sin motivo aparente, las hojas caen mientras rostros inexpresivos se acercan por ambos lados para perderse tras mi punto ciego.
Es un trayecto redundante; esta vez sin compañía ni motivo aparente. Vuelvo al punto en donde tantas veces nos despedimos de forma inocente. No sé aún qué es lo que extraño, pero cuando lo descubra, prometo escribirlo para no olvidarlo.

Es extraño que dolor precordial, disnea, disuria o cefalea, sean conceptos carentes de sentido en la actual cascada de arenas. La radiografía de este pecho afectado por una molestia urente, refleja un contorno de espectro radiopaco que encierra una minúscula burbuja carente de aire, carente de contenido y carente de propósito a simples luces, pero capaz de entorpecer el funcionamiento normal del continente.
Dos tazas de café vacías... un cigarrillo con aroma a lápiz labial... una mirada dulce... una sonrisa sincera... simple miel de múltiples gustos.
A dónde conduzcan mis pasos se ve desprovisto de importancia, en la medida que logre encontrar ese cálido regazo; labios que humedezcan mi frente y alivio para el latido de un corazón famélico.
Como testigo de la génesis de una pálida melodía gutural, observo cómo se precipitan con turbulencia filamentos metálicos que vibran al unísono.
La verdad asoma su rostro entre bisagras nebulosas, trayendo consigo seguridad. Ya más lúcido, me encuentro poco a poco con un trozo de mí a la vez. Trabajamos, retomamos nuestros turnos y nos volvemos, a cada paso, menos invisibles.
En la medida en que encuentro estos fragmentos de mi persona, dibujan finalmente un espejo fracturado. Los tomo por lo que son e intento huir de los muros de cristal.
Mi camino se encuentra fuera de esta caja; la libertad aguarda, pero se aleja de mis horizontes en la medida que aún no estoy completo.
Por ahora, mis fragmentos ocultos me dejan fuera del trato; me arrestan y me acarrean dentro.
La verdad trae consigo garantías. A su vez, la suma de los miedos es el alimento del claustro, pues la salida libre trae consigo responsabilidades difíciles de asumir.
Los acordes de un instrumento desafinado me permiten repeler las nubes oscuras, despejar ideas, encontrar fragmentos y buscar puertas de salida.




